lunes, 14 de enero de 2013

El cambio climático.


THE ECONOMIST|14 ENE|POR DIARIO LIBRE

El acalorado debate

Cuando la súper tormenta Sandy a finales de octubre tocó tierra y las luces de Manhattan se apagaron, los neoyorkinos tuvieron una cruda visión de un posible futuro. La ciencia del cambio climático todavía es una esfera de grave incertidumbre, pero existe el consenso de que el planeta se está calentando peligrosamente y que los humanos somos los responsables. Un informe reciente comisionado por el Banco Mundial advierte que el mundo está camino de alcanzar para el 2100 una temperatura global media que es de 4º C por encima de los niveles pre-industriales. De ser así, el nivel del mar podría subir entre medio metro y un metro para finales del siglo, poniendo en peligro a cientos de millones de personas en las ciudades costeras. Otras regiones enfrentarían la amenaza de sequías, tormentas más grandes y cambios en los patrones de lluvia. Eso significa no solo costo en vidas sino económico también.
La interrogante que preocupa a Klaus Desmet de la Universidad Carlos III en Madrid y a Esteban Rossi-Hansberg de la Universidad de Princeton en un nuevo documento de trabajo NBER es si existen formas de administrar el impacto de los patrones cambiantes del clima mediante el cambio de la ubicación de la actividad económica. Señalan ellos que aproximadamente el 90% de la producción mundial utiliza solo el 10% de la tierra disponible. Si ese 10% está amenazado, teóricamente la actividad podría trasladarse a partes del 90% que se haría más hospitalaria por el cambio climático.
Desmet y Rossi-Hansberg construyeron un modelo económico y luego lo azotaron con diferentes aumentos de temperatura para ver cómo reaccionaba. En sus análisis de referencia, permitieron que las personas se mudaran como quisieran en respuesta a estos cambios. En escenarios extremos la libertad de movimiento no hace una gran diferencia: las temperaturas reducen la productividad agrícola mundial a casi cero, "lo que implica el final de la vida humana en la tierra". Pero en escenarios más moderados, el aumento de las temperaturas mundiales mejora la productividad agrícola en los climas del norte. Las pérdidas de bienestar son pequeñas debido a que surgen grandes movimientos de personas hacia el norte. Un aumento relativamente pequeño de la temperatura (según el estándar del modelo), de 2º C en el Ecuador subiendo a 6º C en el Polo Norte, provoca un cambio en la ubicación promedio de la actividad agrícola y de manufactura de cerca de diez grados de latitud para finales de este siglo - aproximadamente la distancia entre Dallas y Chicago, o Frankfurt y Oslo.
Sin embargo, las restricciones a mudarse aumentan dramáticamente los costos sociales. Los autores modificaron el modelo mediante la introducción de una frontera rígida en el paralelo 45, que atraviesa el norte de los Estados Unidos y el sur de Europa, con aproximadamente mil millones de personas viviendo por encima de la línea y 6 mil millones por debajo. El modelo determina que el aumento de las temperaturas de hecho beneficia la sección del norte del planeta. La productividad agrícola crece y la manufactura del norte disfruta de mayor comercio con las masas al sur de la frontera. Por el contrario el bienestar del sur cae, en aproximadamente 5% en promedio en relación al caso de no calentamiento. Desde luego el modelo es simplista, pero sugiere que la limitación de la migración tiene un gran efecto en el costo del calentamiento mundial.
La migración sin restricciones es obviamente más probable dentro de un mismo país. Pero aun así, ¿no importaría si las personas se mudaran de un lugar realmente productivo para otro menos dinámico? Por ejemplo, la producción real por persona en el área de Nueva York es alrededor de 70% más alta que en Buffalo; un neoyorquino que se mudara al norte del estado sufriría una pérdida grande de su ingreso. Matthew Kahn de la Universidad de California, Los Ángeles, considera que esto también es manejable. En su libro "Climatopolis", Kahn señala que la productividad de los lugares ricos con frecuencia tiene poco que ver con ventajas únicas geográficas. Por el contrario, las ciudades se benefician como imanes de personas calificadas atraídas por otros trabajadores calificados. La riqueza financiera de Nueva York no proviene de su puerto sino de una rebosante comunidad de empresas y trabajadores.
Kahn alega que en la medida que el clima se caliente, áreas vulnerables como el bajo Manhattan serán menos deseables que sus rivales: el centro de Manhattan, los suburbios de Nueva York o Chicago. Trabajadores y empresas racionales deberían evaluar el riesgo de inundaciones o similares y migrar, incrementando la productividad de los destinos donde se instalen. La movida tendría costo. Por ejemplo, los inversionistas en propiedades del bajo Manhattan sufrirían grandes pérdidas. Sin embargo, dice Kahn que también habría ganancias, en la medida que las actividades se mudan de ciudades con un activo de capital pasado de moda (como la envejecida infraestructura de Nueva York) a lugares más modernos. Puede ayudar también la velocidad del cambio climático, considera Paul Romer de la Universidad de Nueva York, si los cambios más grandes en habitabilidad ocurren con suficiente lentitud para permitir un ajuste geográfico paulatino. Pero el cambio podría ser demasiado rápido e impredecible para permitir una adaptación fácil.
En manos de los políticos
Los gobiernos podrían entorpecer el proceso de adaptación. Los subsidios como los seguros contra inundaciones provistos por los gobiernos para aquellos que viven en áreas vulnerables pueden encubrir las señales del costo que de otra manera podrían estimular a la gente a abandonar los lugares amenazados antes de que no tengan otra alternativa. Las ciudades de "clima seguro", si es que existen, podrían limitar su propio desarrollo cuando se enfrenten a flujos de migrantes de las áreas vulnerables. Eso, a su vez, podría desviar a los migrantes, que podrían terminar no en la mejor alternativa siguiente al bajo Manhattan pero la décima mejor opción. Si los que se pueden beneficiar del calentamiento, se aprovechan del gobierno para proteger sus intereses, el costo del cambio climático podría ser muy elevado.
Las autoridades también pueden ayudar. Desmet y Rossi-Hansberg consideran que un impuesto al carbono podría incrementar el ingreso relativo de ciudades innovadoras que dependen más de ideas innovadoras que de los recursos naturales para su producción, estimulando a las personas a migrar hacia lugares más productivos. Kahn también se preocupa por los fracasos del mercado. Las áreas que pierden valor en la medida que son más peligrosas podrían ser un imán para las familias pobres que buscan viviendas asequibles. Eso podría crear un escenario para desastres humanos. El cambio climático exige la atención de muchos gobiernos que han hecho muy poco para justificar su confianza.
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De The Economist, traducido por Diario Libre y publicado bajo licencia. El artículo original en inglés puede ser encontrado en www.economist.com

TOMADO DE DIARIO LIBRE.

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