Análisis Coyuntural
DESARROLLO SUSTENTABLE
El camino hacia Río+20
06.03.2011 | Para esta primera semana de marzo, en el contexto de la 19º sesión de su Consejo para el Desarrollo Sustentable, la ONU convocó en su sede de Nueva York a una reunión preparatoria para el evento que se llevará a cabo en la ciudad de Río de Janeiro dentro de un año.
A mediados de mayo del 2012, cuando hayan transcurrido veinte años de su primera realización, las Naciones Unidas celebrarán una nueva Cumbre por la Tierra; otra vez en Brasil, en medio de un contexto medioambiental de innegable crisis. La conferencia se está preparando con encuentros previos de especialistas, entre una serie de trastornos climáticos globales y eventos extraordinarios como lluvias torrenciales, inundaciones o tornados, sequías, olas de calor, terremotos y otras calamidades que seguimos llamando “naturales”, a fuerza de costumbre.
En una conferencia a inicios de su mandato, Barack Obama afirmó que la evidencia científica no tiene discusión y que los datos sobre los problemas medioambientales son fehacientes. Ha dicho también que Washington falló y que su presidencia marcaría un nuevo capítulo en materia de cambio climático y de utilización de nuevas energías.
Obama se comprometió a reducir las emisiones contaminantes en un 80% para el año 2050, algo que su antecesor Bush se había negado a aceptar. Y anunció que su gobierno invertirá quince mil millones de dólares anuales en energía solar y eólica y en biocombustibles de nueva generación.
La emisión de gases carbónicos surgidos de la combustión de los combustibles fósiles que mueven la economía planetaria -carbón, petróleo y gas natural- y de otros gases de “efecto invernadero” como el metano, condiciona sin cesar las negociaciones entre los países.
La Agencia Internacional de Energía indica que diariamente la industria, el transporte y la producción de energía requieren de la quema de unos 90 millones de barriles de petróleo; la economía planetaria depende rotundamente de este insumo. Las naciones tecnológicamente avanzadas como los Estados Unidos deberían reducir sus emisiones a fin de cumplir con los compromisos que firmaron en Kyoto. Los países en rápido crecimiento como China, Sudáfrica o India no aceptan todavía condicionamientos estructurales o industriales.
No son pocos los que se ilusionaron con que Estados Unidos, de la mano de su actual presidente, convertiría esta crisis económica actual en una era de ingreso al tan mentado desarrollo sostenible, del que mucho se habla y poco se conoce, buscando reorientar la economía con inversiones dirigidas a las nuevas energías, la producción de nuevos alimentos, el cuidado del agua y el respeto a la biodiversidad. A principios de su mandato se rodeó de un importante equipo de asesores, entre los que hay científicos de primer nivel como el Premio Nobel Harold Varmus, y gente que hace años estudia el tema del cambio climático y las tecnologías de última generación. Muchos tienen la esperanza de que este grupo sea el génesis de un nuevo modelo de capitalismo para este siglo y se comprometan verdaderamente con un programa de desarrollo sostenible.
Lamentablemente, en el tema medioambiental han comenzado a primar los objetivos de los mercados financieros. Por ejemplo, Charles Holliday fue uno de los oradores de apertura de una reunión anterior, también preparatoria para Río+20 y organizada por Naciones Unidas. Holliday es presidente del directorio del Bank of America, uno de los bancos aún sumergidos en la peor crisis, pero disfrutando los miles de millones de dólares públicos que recibió como rescate. Como si se tratara de un mal chiste, él estaba ahí para explicarle al mundo la importancia de la economía verde y cómo las trasnacionales van a salvar el planeta.
El mundo financiero y las empresas, de la mano de grandes presiones diplomáticas, alcanzaron un alto nivel de lobby dentro de las convenciones preparatorias de Río. Y eso ha llevado a situaciones totalmente aberrantes. Por ejemplo, las negociaciones sobre cambio climático, uno de los temas más acuciantes para el planeta, están entregadas a favorecer los mercados de carbono, los negocios de inversores y las trasnacionales más contaminantes, sin hacer absolutamente nada para enfrentar el problema real de la crisis climática.
Dentro del Convenio de Biodiversidad avanzan iniciativas para transformar en negocios toda la biodiversidad y los ecosistemas. A eso se dedica el programa TEEB (Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad) que se propone asignar valor, en realidad un precio, a todos los elementos de la naturaleza. Otra vez, quien coordina este programa es un banquero: Pavan Sukhdev, que incluso mantiene su cargo como director del Deutsche Bank.
En el sur del mundo, muchos gobiernos están dispuestos a vender derechos a las corporaciones internacionales en nombre del desarrollo, muchas veces bajo la presión de grandes deudas externas y muchas otras veces por la corrupción de los funcionarios de turno.
Los países del Sur tenemos una tendencia a seguir la senda industrial y consumista del Norte. En la India, Brasil y México, sólo por nombrar tres de las más grandes economías en desarrollo, el capitalismo industrial sigue creciendo a costa de una importante erosión de la estabilidad ecológica. Todavía tenemos que demostrar que podemos ser potencias industriales, pagar buenos salarios, proporcionar condiciones decentes de trabajo y proteger el medio ambiente de manera significativa.
Gran parte de los países subdesarrollados constituyen zonas de desastre económico, social y ecológico. Son países con mercados internos débiles debido a la enorme desigualdad de la distribución de la riqueza y el ingreso, y a la falta de una reforma agraria que favorezca a los pequeños y medianos agricultores que a su vez son mejores defensores del medio ambiente.
No hace falta decir que esta situación genera una permanente inestabilidad social y política, nuevos patrones migratorios hacia el Norte y un incremento de los refugiados económicos y ecológicos. Y todo esto termina por convertirse en problemas para los países más industrializados, hoy todavía en medio de una importante recesión.
Una manera práctica de ir realmente hacia un capitalismo sostenible o económicamente racional, consistiría en presupuestos nacionales que obligaran a pagar impuestos elevados sobre insumos de materias primas como por ejemplo el carbón, el petróleo o el nitrógeno, y sobre ciertos productos como los automóviles, los productos plásticos o envases desechables. Esto debería ser complementado con una política de “etiqueta verde” o alguna forma de rebaja de impuestos a los productos genuinamente ecológicos, con bajo impacto en cada una de las etapas del proceso de producción, distribución y consumo.
Otro paso importante sería que los gobiernos nacionales subsidien la inversión en energía solar y otras fuentes alternativas y limpias de energía. También deberían subsidiar la investigación tecnológica encaminada a eliminar productos químicos tóxicos, las innovaciones en materia de tránsito masivo, salud y seguridad laboral. Y deberían hacer que por medio de los centros públicos se redefinan y reorienten las prioridades en materia de ciencia y tecnología.
Este verdadero presupuesto verde no está siendo desarrollado en ninguna parte del mundo.
Desarrollo sostenibleEn una conferencia a inicios de su mandato, Barack Obama afirmó que la evidencia científica no tiene discusión y que los datos sobre los problemas medioambientales son fehacientes. Ha dicho también que Washington falló y que su presidencia marcaría un nuevo capítulo en materia de cambio climático y de utilización de nuevas energías.
Obama se comprometió a reducir las emisiones contaminantes en un 80% para el año 2050, algo que su antecesor Bush se había negado a aceptar. Y anunció que su gobierno invertirá quince mil millones de dólares anuales en energía solar y eólica y en biocombustibles de nueva generación.
La emisión de gases carbónicos surgidos de la combustión de los combustibles fósiles que mueven la economía planetaria -carbón, petróleo y gas natural- y de otros gases de “efecto invernadero” como el metano, condiciona sin cesar las negociaciones entre los países.
La Agencia Internacional de Energía indica que diariamente la industria, el transporte y la producción de energía requieren de la quema de unos 90 millones de barriles de petróleo; la economía planetaria depende rotundamente de este insumo. Las naciones tecnológicamente avanzadas como los Estados Unidos deberían reducir sus emisiones a fin de cumplir con los compromisos que firmaron en Kyoto. Los países en rápido crecimiento como China, Sudáfrica o India no aceptan todavía condicionamientos estructurales o industriales.
No son pocos los que se ilusionaron con que Estados Unidos, de la mano de su actual presidente, convertiría esta crisis económica actual en una era de ingreso al tan mentado desarrollo sostenible, del que mucho se habla y poco se conoce, buscando reorientar la economía con inversiones dirigidas a las nuevas energías, la producción de nuevos alimentos, el cuidado del agua y el respeto a la biodiversidad. A principios de su mandato se rodeó de un importante equipo de asesores, entre los que hay científicos de primer nivel como el Premio Nobel Harold Varmus, y gente que hace años estudia el tema del cambio climático y las tecnologías de última generación. Muchos tienen la esperanza de que este grupo sea el génesis de un nuevo modelo de capitalismo para este siglo y se comprometan verdaderamente con un programa de desarrollo sostenible.
Lamentablemente, en el tema medioambiental han comenzado a primar los objetivos de los mercados financieros. Por ejemplo, Charles Holliday fue uno de los oradores de apertura de una reunión anterior, también preparatoria para Río+20 y organizada por Naciones Unidas. Holliday es presidente del directorio del Bank of America, uno de los bancos aún sumergidos en la peor crisis, pero disfrutando los miles de millones de dólares públicos que recibió como rescate. Como si se tratara de un mal chiste, él estaba ahí para explicarle al mundo la importancia de la economía verde y cómo las trasnacionales van a salvar el planeta.
El mundo financiero y las empresas, de la mano de grandes presiones diplomáticas, alcanzaron un alto nivel de lobby dentro de las convenciones preparatorias de Río. Y eso ha llevado a situaciones totalmente aberrantes. Por ejemplo, las negociaciones sobre cambio climático, uno de los temas más acuciantes para el planeta, están entregadas a favorecer los mercados de carbono, los negocios de inversores y las trasnacionales más contaminantes, sin hacer absolutamente nada para enfrentar el problema real de la crisis climática.
Dentro del Convenio de Biodiversidad avanzan iniciativas para transformar en negocios toda la biodiversidad y los ecosistemas. A eso se dedica el programa TEEB (Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad) que se propone asignar valor, en realidad un precio, a todos los elementos de la naturaleza. Otra vez, quien coordina este programa es un banquero: Pavan Sukhdev, que incluso mantiene su cargo como director del Deutsche Bank.
En el sur del mundo, muchos gobiernos están dispuestos a vender derechos a las corporaciones internacionales en nombre del desarrollo, muchas veces bajo la presión de grandes deudas externas y muchas otras veces por la corrupción de los funcionarios de turno.
Los países del Sur tenemos una tendencia a seguir la senda industrial y consumista del Norte. En la India, Brasil y México, sólo por nombrar tres de las más grandes economías en desarrollo, el capitalismo industrial sigue creciendo a costa de una importante erosión de la estabilidad ecológica. Todavía tenemos que demostrar que podemos ser potencias industriales, pagar buenos salarios, proporcionar condiciones decentes de trabajo y proteger el medio ambiente de manera significativa.
Gran parte de los países subdesarrollados constituyen zonas de desastre económico, social y ecológico. Son países con mercados internos débiles debido a la enorme desigualdad de la distribución de la riqueza y el ingreso, y a la falta de una reforma agraria que favorezca a los pequeños y medianos agricultores que a su vez son mejores defensores del medio ambiente.
No hace falta decir que esta situación genera una permanente inestabilidad social y política, nuevos patrones migratorios hacia el Norte y un incremento de los refugiados económicos y ecológicos. Y todo esto termina por convertirse en problemas para los países más industrializados, hoy todavía en medio de una importante recesión.
Una manera práctica de ir realmente hacia un capitalismo sostenible o económicamente racional, consistiría en presupuestos nacionales que obligaran a pagar impuestos elevados sobre insumos de materias primas como por ejemplo el carbón, el petróleo o el nitrógeno, y sobre ciertos productos como los automóviles, los productos plásticos o envases desechables. Esto debería ser complementado con una política de “etiqueta verde” o alguna forma de rebaja de impuestos a los productos genuinamente ecológicos, con bajo impacto en cada una de las etapas del proceso de producción, distribución y consumo.
Otro paso importante sería que los gobiernos nacionales subsidien la inversión en energía solar y otras fuentes alternativas y limpias de energía. También deberían subsidiar la investigación tecnológica encaminada a eliminar productos químicos tóxicos, las innovaciones en materia de tránsito masivo, salud y seguridad laboral. Y deberían hacer que por medio de los centros públicos se redefinan y reorienten las prioridades en materia de ciencia y tecnología.
Este verdadero presupuesto verde no está siendo desarrollado en ninguna parte del mundo.
Hay pocas expresiones tan ambiguas como “capitalismo sostenible” o “agricultura sostenible”, o “uso sostenible de la energía”. Estas frases se pueden leer en la mayor parte de los discursos contemporáneos sobre la economía y el ambiente: informes gubernamentales y de las Naciones Unidas, investigaciones académicas, periodismo popular y pensamiento político verde. La palabra “sostenibilidad” es usada para cualquier cosa, y ese es parte de su atractivo.
La verdadera pregunta es si es posible un capitalismo sostenible, y para muchos la respuesta es que no. Son varias las corrientes de opinión que creen que el capitalismo tiende a la destrucción del medio ambiente y a la crisis, y que se apoyan en la historia de los dos últimos siglos para afirmarlo. La economía mundial ha crecido mucho, llevando a mucha gente a vivir como nunca antes en la historia de la humanidad. Pero también ha creado un sinnúmero de hambrientos, pobres y miserables que, por su misma condición, atacan la naturaleza en toda la geografía. Las grandes masas de campesinos sin tierra y de pequeños propietarios rurales, y los pobres de las ciudades, se ven forzados a saquear y agotar recursos y a contaminar el agua y el aire tan sólo para sobrevivir.
Políticamente hablando, en la mayor parte de los países los partidos verdes siguen siendo minorías, incluso en la muy ecológica Unión Europea donde, si bien la opinión pública es favorable a una política más sana, el medio ambiente no figura entre las preocupaciones de los burócratas que dirigen la poderosa Comisión Europea; a pesar de la representación de los Verdes en el Parlamento Europeo.
Los inversores que aportan el capital utilizan el término de “sostenibilidad” de una manera muy distinta a la de los ambientalistas. La inversión, para los que ponen el dinero, es sostenible si rinde ganancias sostenidas, lo que implica una planificación de largo plazo de la explotación así como también el uso de recursos renovables y no renovables. Los ecologistas hablan en términos de preservación de sistemas naturales, humedales, protección de las áreas silvestres, la calidad del aire, etc. Pero todos estos conceptos tienen muy poco que ver con una rentabilidad sostenible y a corto plazo.
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